Ya estaba agotada, desgastada, cansada de preguntárselo una
y otra vez, de cuestionárselo, de reprochárselo, ¿qué pasa? ¿Por qué no?, esa
era la duda que habitaba ya hace un tiempo su mente, y muy seguramente en la de
aquellos que podían afirmar a ciencia cierta, conocerla bien.
¿Era su cuerpo acaso? o tal vez su rostro infantil, su
cabello algunas veces mereció varios señalamientos de su parte pero... Su
autoestima ya era más una montaña rusa que un plácido túnel del amor, día a día
llegaba la duda con tan sólo mirarse al espejo, el espejo, su peor enemigo.
Notaba con decepción que a sus atormentados ojos, no era
fea, no lo era, estaba muy segura, pero era, esa misma conclusión la que
patrocinaba ese infierno, era esa conclusión su más grande pena, de seguro,
hubiese preferido mirar a aquella mujer, y con franqueza decirse a sí misma que
aquello que observaba era el motivo, pero no, no lo era, y eso la mataba por
dentro.
No sólo experimentaba lo que más odiaba, esa sensación de
inseguridad que trae consigo un interrogante sin respuesta, también compartía
su casa con un doloroso presentimiento, tal vez, si no era ni su rostro, ni su
cabello, ni su cuerpo, tal vez, entonces, era su alma.
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