Venía del hospital, de visitar a una tía que estaba
internada. Por el camino me encontré
con un conocido, y al comentarle de dónde venía, vi que se
puso muy serio.
- ¡A ese hospital no quiero volver ni muerto, ni cruzo
frente a él - me dijo.
- Y por qué ¿Qué tiene ese hospital? - le pregunté.
- Lo que tiene es que está embrujado. Si le contara lo que
vi…
- Cuente, que me gustan las historias de terror. Le invito
un café y me lo cuenta.
Y fuimos hasta un café que había cerca, y allí empezó su
relato aterrador:
- Fue trabajando de albañil - comenzó -. La empresa en la
que estoy estaba remodelando la
fachada del hospital - hizo una pausa porque una muchacha
sonriente vino a servirnos el café,
después continuó - Como te decía, estábamos arreglando la
fachada. Yo, en un andamio,
remendaba el borde de una ventana del segundo piso. La
ventana no tenía cortina o estaba
descorrida, no sé, lo que sé es que se veía para adentro;
era un cuarto chico, con sólo una cama,
y estaba vacía, vacía de gente - nuevamente la muchacha lo
interrumpió, “¿Quieren algo más?”
nos preguntó, le dijimos que no, entonces siguió:
- En la cama no había nadie, como ya dije,
tenía una sábana blanca, de esas que usan en algunos
hospitales.
Seguía con lo mío, y no sé por qué miré de nuevo para el
cuarto; y me pareció que la sábana se
movía. Empezó de a poco, pero se fue moviendo más, como si hubiera
algo abajo, eran como
unos bultos moviéndose rápido bajo la sábana. Después vi
que una parte se fue levantando, y
se asomó la cabeza de una niña, y enseguida la de otra, y
la de una vieja, y la cabeza de un hombre.
Siguieron apareciendo cabezas por todo el largo de la cama,
una al lado de la otra, y me miraban.
En ese momento me olvidé que estaba en un andamio, me fui
hacia atrás y caí; por suerte tenía
puesto el arnés y estaba bien atado, me bajaron después mis
compañeros.
La historia me resultó tan terrorífica que me dejó sin
palabras.
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