martes, 4 de junio de 2013

EL VIOLIÍN DEL DIABLO



Se encontraba caminando sola, en medio de aquellas tétricas calles, imaginando, consultándose… esos harapos que llevaba, esa tristeza que carcomía su alma, ese miedo que alegaba por calma, la triste pena, la alegría inconexa, sus
miedos, sus deseos… “¿Quién soy? ¿Qué tengo? ¿Qué extraño? ¿Qué temo?”… y caminó sola, sin rumbo alguno, y avanzó solitaria, sin deseo y sin necesidad.
Y el susurro de una melodía, mezcla de añoranzas, mezcla de caricias… la sonata de un mal, que acariciaba sus sentidos, un sonido infernal, que agradaba a su ser. Miro en redor. Obscuridad absoluta. Una dulce melodía, la incitaba a continuar, para llegar a aquel punto, aquel comienzo, aquel objeto responsable de tan maravilloso sonido…
-¿Os gusta mi señora? - pronunciaron unos ojos de sonido ronco, con labios rojizos, cuya voz erizo su piel. Dio media vuelta, buscando al responsable y solo oyó tinieblas y una sorda brisa que ahogo su mirada. Mantuvo el silencio, sin saber a qué o a quien responder y entonces… -Os he preguntado, señora mía; ¿Os agrada mi sonido?.
-¿Dónde estáis? ¿De dónde proviene vuestra voz? ¿Jugáis conmigo? ¿A caso sois un conocido? – pregunto entre mil vueltas, más que asustada, con una curiosidad innata; y es que sin saber quién eres, no tienes nada que perder, pues si no conoces tu propio nombre, lo que sea que te quiten, podrías fingir no haberlo de tener.
-Sois insolente. ¿Es que acaso no teméis, a mí, el señor de las tinieblas, a mí, el príncipe de este mundo, quien decidirá vuestro infortunio; el de vagar por vuestra eternidad, o el de volver a vuestra vida o incluso olvidar todo aquello que os atormento y ocupar un nuevo nombre y que toda acción podáis
controlar? - susurro en su oído, esa fogosa voz, con desgarradora presencia y una esencia perdida.
-Volved a la melodía, permitidme perderme en ella, oh mi señor, os ruego perdonéis mis atrevimientos, pero es que necesito volver a oír esa bella melodía.
Y de pronto todo blanco, su mirada encandecida y una mano en su hombro, ese aliento helado sobre su cuello y un estremecimiento en su cuerpo.
-Yo no seré quien os muestre, el placer de esa sensación; pero puedo enseñaros a crear esa triste melodía. - Exhalo con un suspiro, con la frialdad de un cuerpo inerte, con el calor de mil llamas ardientes, con un aura anhelante y adolorida, pero a la vez, placentera y con excitación escondida.
-¡Enseñadme! ¡Hacedlo rápido! ¡No sé cuanto pueda aguantar sin regresar a aquella sensación! - Gritó golpeando y mirando a los ojos a aquel ser de una belleza descomunal, de una mirada altiva y grisácea, con un rojizo de fuego rodeando su iris, con un cuerpo de joven y un cabello hundido en lo castaño; era hermoso, pero a la vez tétrico, doloroso y temible, era una bestia y a la vez, un ángel.
-¿Sabéis con quién tratas, verdad? – consulto con una sonrisa, mirándole a los ojos, sin declive y la muchacha cayo y, desde el suelo sentada, le miro por un instantes, sorprendida del destello de esa mirada excitante.
-Sois un ángel y sois un demonio, sois un juzgador, sois mi señor. – Contestó sin duda alguna, con una mirada segura y entonces el sonrió con
mayor énfasis.
-Desde hoy me perteneces, vuestra alma será condenada, a cambio de que aprendáis, una simple melodía; os entregare esta partitura y mi adorado violín, sepáis o no tocarlo, es vuestro problema ahora, sepáis o no leer la música, será vuestro castigo ahora. – Contestó el, acercando su boca a la suya y entregando en sus manos y en su cuerpo, los objetos que mencionaba; y ella, acepto, temerosa, pero segura, sin dudar ni un instante; él se levantó.
Se levantó y tendió su mano, que ella tomo sin duda alguna, y de la cual él tiro fuerte, levantándola de una vez. Ella cayo con violencia a su pecho y el sonrió nuevamente y con el robo de un beso, sello el pacto acordado.
“Sois mi guía, sois mi condena, me disteis la vida, devolvisteis mi esencia, desde entonces siento el fuego, de tus labios en mis labios, congelando mi propio ser y todo mi cuerpo en el acto, desde entonces soy presa de una sórdida pena, pues por más que interpreto, no encuentro vuestra esencia; con el violín volvieron mis recuerdos y con ellos se fueron mis anhelos y, si bien sufría al olvidar y sentir la pena, sufro más sabiendo y teniendo condenas, pero, por más que toco, no os encuentro conmigo y sin vuestro cuerpo, vuestra melodía, carece de sentido: no tiene esencia, no tiene vida, es tan cálida y adolorida, carece de vuestra esencia, vuestro infierno apegado a sus notas, no congelan con el fuego, que vuestros labios convocan. Por más que toco, ya no tengo,
el poder de conseguirlo, soy esclava de vuestros deseos; volved mi príncipe querido…” Se consultaba y le llamaba, mientras tocaba esa melodía, que en sus recuerdos revivió; y ya no sabe, verdad o mentira, deseosa del abismo al que aquel día cayo, deseosa de su infierno, de su maldito temblor.
Y lanzo todo lejos, al sentir vivo aquel recuerdo, las caricias y sus labios, el sonido de sus manos, lanzo lejos su violín, rompió en mil las partituras y, entre gritos y lágrimas, le llamaba sin cordura.
-¡Alejadme de la vida, adormecedme en vuestra melodía, os regalo mi esencia, tomad mi alma y hacedme vuestra! ¡Tomad mi alma, hacedlo rápido, ya renuncio a mi tormento, quiero sentir esa vida, aunque sea un pecado, aunque sea digna de castigo, permitidme, os lo ruego, perteneceros desde hoy, desde ayer, desde siempre por la eternidad y después de mi entierro. –
-Os habéis roto mi instrumento – regreso una voz a su oído y sintió el calor congelando su espalda – Os cumpliré el deseo; os llevare conmigo, pero nunca volveréis a sentir la sensación que buscáis, pues has roto el camino, el único objeto, que os llevaría de vuelta al éxtasis de aquel recuerdo, ya no está, y no lo podéis recuperar… os llevare conmigo, pero como, habéis prometido, vagareis a mi lado por toda la eternidad. –
Y entre lágrimas se vio obligada a alzar la vista, obligada a que ya nada tenía punto de partida, ni de termino, más que un ciclo, más que vida, solo era eterno;

y estaría condenada, a sufrir en ello; más que por pecar, por no saber aprovechar, por no comprender que nada, nunca jamás, podría ser igual

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