jueves, 25 de abril de 2013

OBJETOS MALDITOS



¿Que es un objeto maldito?

Un objeto maldito es algo que puede comprenderse de las siguientes formas: o bien como un objeto que simplemente atrae mala energía; o ya, en sentido estricto, como un objeto que atrae mala energía y está ligado a una maldición concreta.

El Diamante de la Esperanza

La leyenda sitúa el origen de esta gema en la India, donde se cree que estaba engarzado en una estatua de la diosa Sita, dentro de un templo de dicha deidad. Pero el diamante fue robado, y no se supo de él hasta los años 1660-1661, fecha en que el mercader francés Jean Baptiste Tavernier lo adquirió y se lo vendió al rey Luis XIV de Francia, en el año 1669, a cambio de 220.000 libras.

Se cree que el diamante tenía una maldición, a consecuencia de la cual, tras venderlo, Tavernier terminó quebrando económicamente y huyendo a Rusia, donde murió de frío y su cadáver fue encontrado mordisqueado por las ratas…

En cuanto al rey Luis XIV, éste guardó el diamante en un cofre, y en 1691 la gema apareció cuando se hizo un inventario del tesoro real. Fue allí que Madame de Montespan, amante del rey, se encaprichó con el diamante e insistió hasta que el rey se lo dio: grave error, ya que en poco tiempo cayó en la miseria y en 1707 murió en el olvido. Además, en los últimos años del siglo XVII Francia sufrió plagas y epidemias, lo cual fue adjudicado al diamante, aunque evidentemente es una exageración desproporcionada. Volviendo a Luis XIV, éste le mostró el diamante al embajador del Sha de Persia, en una visita efectuada el 7 de diciembre de 1715. Quizá por eso, él mismo murió sin que nadie lo esperase, y su sucesor (Luis XV) ordenó meter el diamante en un cofre, olvidándose de la joya; muy acertadamente, pues a él no le sobrevinieron desgracias.

Posteriormente, durante el reinado de Luis XVI, la esposa del rey, María Antonieta, se apropió de la joya en 1774, pero se la terminó prestando a la princesa de Lamballe. No se sabe si fue el diamante, pero los supersticiosos culpan a la hermosa gema por el hecho de que, en el contexto de la Revolución Francesa, María Antonieta, el rey y la princesa de Lamballe, fueron todos decapitados.

Ya en 1792, unos ladrones se apoderaron del diamante, pero el esplendor de la gema los impulsó a matarse por ella, y solo uno sobrevivió para quedársela hasta 1820, año en el cual se la mostró al tallador holandés Wilhelm Fals para que éste sacara dos joyas del diamante. La primera de esas joyas fue adquirida por Carlos Federico Guillermo, duque de Brunswick, quien tras adquirirla se quedó en la calle sin que hubieran pasado más de dos meses… La segunda fue tomada por el hijo del tallador Wilhelm Falls, quien la cogió “prestada” para vendérsela a un francés llamado Beaulieu, pero tras eso su padre murió de dolor, y entonces él se suicidó…

Asustado tras enterarse de todas las desgracias vinculadas a la gema, Beaulieu vendió la piedra a David Eliason, un curtidor judío, quien tras comprarla se enteró de la leyenda y se la vendió al rey Jorge IV de Inglaterra; el cual, ignorando las desgracias que ensombrecían el resplandor del diamante, lo incrustó en la corona que estaba haciéndose… He aquí donde se ve el poder de esta piedra maldita, porque el rey perdió la cordura en 1822, y murió ocho años después.

Muerto Jorge IV, aparece en escena el adinerado Sir Henry Hope, quien coleccionaba joyas pero no quería arriesgarse con el diamante, así que contrató a un grupo de rosacruces para que hiciesen una ceremonia mágica y exorcizaran a la joya. Ni siquiera los insignes rosacruces pudieron con la joya, que fue bautizada con su nombre actual tras la ceremonia de exorcismo que supuestamente había tenido éxito.

Creyendo que la gema era inocua, Sir Henry se la quedó y en 1901 la vendió a un norteamericano llamado Colot. Al parecer, la ceremonia rosacruz había servido pero solo para Sir Henry, porque Colot perdió su salud y su fortuna tras adquirir la joya, y desesperado se la vendió al príncipe Kanitowski, un noble ruso aficionado a las juergas, y dotado de una inmensa fortuna.

Kanitowski, mujeriego de vocación, fue a París y allí le regaló el diamante a una vedette (un tipo de bailarina), aunque después tuvo una pelea con ella y la mató a tiros… Tras recuperar el diamante, Kanitowski se lo vendió al griego Simón Montarides.

Poco después de adquirir la gema, Simón iba en un carruaje con su mujer y su hijo, pero el carruaje se cayó y todos murieron… Al parecer el diamante no estaba con Simón, porque luego Abdul Hamid II, rey de Turquía, lo adquirió, terminando por perder el trono en una revolución, y acabando sus días tras los barrotes de una prisión. Quien se apoderó del diamante después, desapareció en pleno océano, pero la gema no estaba con él y fue a parar bajo la custodia de un banco francés, el cual “misteriosamente” terminó por quebrar, antes de lo cual le vendió el diamante al director del Washington Post.

Tampoco el director del Washington Post fue perdonado por la joya, pues su esposa enfermó gravemente y su hijo fue atropellado por un carruaje… Temiendo cosas peores, vendió el aciago diamante a la familia Mac Lean.

Al igual que todos, los Mac Lean fueron castigados por el diamante: en 1918 uno de los hijos, de ocho años, murió atropellado, luego una hija murió por sobredosis de somníferos, y finalmente el padre de la familia se deprimió y terminó sus días en un manicomio… Miseria, el diamante dejaba miseria a donde fuera que estuviese: consciente de ello, la señora Mac Lean hizo guardar el diamante en una bóveda de seguridad, donde lo tuvo por 20 años hasta que su nieta Evelyn Wash Mac Lean falleció misteriosamente en Texas.

Finalmente el diamante fue vendido al experto en diamantes Harry Wiston, quien para no arriesgarse lo transfirió al Smithsonian Institute de Washington, donde aún permanece hasta nuestros días, encerrado tras una urna de cristal, cual si fuese un brillante asesino…



Los cuadros de los niños llorosos

Durante los años 70, surgió la moda de decorar las casas con cuadros de niños llorosos. El autor de los cuadros era supuestamente un tal Bruno Amadio, quien quizá era de origen italiano porque firmaba sus cuadros como “Giovanni Brangolin”.

Sobre el tal Bruno Amadio, existía la leyenda de que era un pintor que había pactado con el Diablo a cambio de fama y reconocimiento, pues ya a mediados del siglo XX sus cuadros eran muy populares y tenían cientos de reproducciones.

Lo terrorífico del caso surge cuando se empezaron a acumular historias de incendios en que lo único que quedaba a salvo de las llamas dentro de la casa calcinada, era uno de los cuadros de niños llorosos que Bruno Amadio creaba, aunque fuese copia y no original. Surgió así la leyenda de que, tener colgado uno de los niños llorosos de Bruno Amadio, equivalía a padecer la maldición de un incendio y de fenómenos paranormales.

La leyenda alcanzó su apogeo en los setenta, y con ello disminuyeron los pedidos de cuadros al punto de que dejaron de realizarse copias. En medio de ese ambiente de superstición, quienes tenían uno de esos cuadros lo destruían o lo guardaban. Inclusive, algunos decían que en ciertas fechas se podía pactar con el Diablo mirando fijamente a los ojos de uno de esos niños, y la imaginación popular voló tanto que se creó la historia del origen de la maldición. Esta historia afirmaba que Bruno había realizado el primero de esos cuadros en base a un niño sufriente de un orfanato, que después de hacer el cuadro el orfanato se incendió, todos murieron y solo el cuadro quedó intacto, albergando de alguna forma el espíritu del niño, y la huella energética del incendio…



El auto de James Dean, “Little Bastard”

El lema de este fallecido actor era: “vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver”. Él cumplió su lema y murió demasiado temprano.

Todo comenzó cuando se rodaba la película Gigante, y James Dean compró un Porsche 550 RS Spyder, al que bautizó como “Little Bastard” (pequeño bastardo) y manejó aceleradamente el 30 de septiembre de 1955, muriendo al chocar con un Ford Tudor. Su acompañante, un mecánico y amigo del actor Rolf Weutherich, sobrevivió pero se fracturó una pierna y la clavícula.

George Barris, un tipo que había arreglado varios coches de famosos, se quedó con el Little Bastard a ver qué partes podía utilizar. La maldición comenzaba.

uando estaban bajando al Little Bastard con unas cuerdas, estas se rompieron y el coche cayó, partiéndole las piernas a uno de los mecánicos. Dos de las ruedas del Little Bastard se incorporaron después a un automóvil de carreras, y en medio de una competencia los dos neumáticos (justo los dos sacados del Little Bastard) estallaron, el coche se estrelló contra un vehículo rival, y el conductor estuvo varios días en coma. Eso podría ser pura coincidencia, pero George Barris también había vendido el eje de transmisión y el motor, cada uno a un conductor distinto. Ambos participaban en carreras de autos, y ambos murieron tras incorporar a sus coches las partes del maldito vehículo de James Dean.

Ahora sí que Barris estaba asustado, y vendió lo que quedaba (la carrocería y el chasis) a un museo de Sacramento; curiosamente, en una exposición el Little Bastard cayó del pedestal en que estaba, y le rompió la cadera a un joven visitante…

Preocupados de que la maldición sea cierta, los dueños del museo decidieron mandar al Little Bastard al desguace, donde finalmente sería destruido. Pero el Little Bastard era el rey de los bastardos, un objeto maldito entre los malditos: así, cuando el camión lo llevaba al desguace, un automóvil lo chocó, tan fuerte que, el conductor del coche que se estrelló contra el camión, murió enterrado, con el cuerpo justo debajo del Little Bastard, llamado también “Porsche del Averno”. Y es que, en última instancia, quizá ese otro nombre que James Dean le puso, fue lo que creó la maldición, lo que desató el Averno…



La Piedra Maldita de Carlisle

Desde hace unos cuantos años, al pueblo inglés de Carlisle le han caído inundaciones, fiebre aftosa, altos índices de desempleo, y una indiscutible decadencia en su equipo de fútbol. Para las autoridades locales y la mayoría de pobladores, la culpa la tiene la “Piedra Maldita”, una gran roca en la cual yace grabada una maldición escrita en el año 1525.

El origen de la Piedra Maldita se remonta al año 2001, cuando el artista Gordon Young, por encargo del ayuntamiento, grabó sobre una gran piedra la maldición que, en el año 1525 y en base a varios libros, el arzobispo de Glaslow creó “contra los que osaran saquear, destruir o robar en sus territorios ”. Una maldición compuesta de 1069 palabras, inicialmente destinadas a los “bárbaros del norte, que hacían incursiones en la región”.

Tal parece que la maldición del obispo había estado dormida, a la espera de una materialización que le diese el poder para caer como una pesada roca sobre sus desconcertadas víctimas que, contrario a lo que esperaba el artífice del maleficio, no fueron “bárbaros” sino gente civilizada. Así, instantáneamente después de plasmarse en la gran roca, sobre Carlisle cayó la fiebre aftosa y el campo se regó con vacas muertas, luego vino un enorme incendio y cerraron muchas fábricas, después fue asesinado un niño, y finalmente, además de los fracasos del equipo local de fútbol, cayeron torrenciales lluvias que inundaron calles, parques y cultivos…

Por todo lo anterior, algunos políticos del pueblo han sugerido destruir la roca, pero el ayuntamiento se niega, ya que considera irracional tomar grandes decisiones en base a supersticiones. En todo caso, el psíquico israelí, Uri Geller, se ha ofrecido para exorcizar a la roca y liberar al pueblo de la maldición, aunque para eso solicita que le lleven la roca a su jardín, y sus vecinos se niegan tajantemente pues no desean la maldición cerca de ellos.

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